¿Por qué los chicos
se quejan de que nadie los oye? ¿No son ellos acaso
quienes ya no quieren oír más a sus padres?
Y los padres ¿toleran los cambios o los niegan?
En
mi casa me tienen podrida: me rompen por esto y lo otro y
nunca me escuchan, critica Marcela T. (16 años)
mi vieja se me pone a dar peroratas por cualquier cosa
como mi ropa, los recitales, mi novio y cuando me toca el
turno de hablar, da media vuelta y se va, afirma con
bronca. Y mi papá se hace el sota y se lava las
manos, argumentando que él está cansado y no
quiere meterse con pavadas.
Las peleas entre padres y adolescentes
es un clásico. Si bien poseen múltiples aristas
y razones, en esta nota el tema convocante es el reclamo
de los chicos a sus progenitores. Con respecto al mismo,
la licenciada en psicología María Teresa Ferrari
expresa: es una condición necesaria de la propia
transición adolescente. Creo que éste precisa
encontrar este corte con la familia en conexión con
el proceso del sujeto como ser diferente. Y continúa:
en la infancia el sujeto está muy tomado por
el discurso y la ideología que le vienen de los padres.
El niño -más que ser escuchado- está
escuchando todo el tiempo y finalmente reproduce lo que
escucha.
Entonces en la adolescencia, este ser
empieza a cuestionar a los padres de la infancia, con cierta
dificultad. Cuando el adolescente dice en esta
casa nadie me escucha habría que leer que él
necesita dejar de escuchar a los padres, para constituir
su propio discurso. O sea, que en realidad, es al revés:
hay que dejar de estar encadenado a los dichos familiares
como el de que si no te ponés el saquito te vas a
resfriar y hacer la propia experiencia (resfriándose
incluso), arremete la profesional.
Sobreviene la etapa en la que el adolescente
construye la pertenencia al grupo de pares, en el cual hay
ciertos emblemas, discursos, rasgos que le permiten constituir
un discurso propio. Cosa que se manifiesta, entre otras
cosas, en los distintos modos de vestir (dark, alternativo,
stone, etc.), así como tatuajes, estilos de peinados,
colores y demás.
Yo me considero una madre bastante
abierta. Pero creo que con la nena también existen
límites. Una cosa
es que se tiña el pelo de azul, ok, no me gusta pero
es cosa suya. Yo fui joven y también hacía
mis cosas. Y otra es que con los chicos del colegio se les
vaya la mano y vuelvan borrachos a cualquier hora (con la
inseguridad que hay) o se metan con drogas duras. Eso sí
que no lo voy a permitir, opina la mamá de
Marcela, Mónica T. (46 años).
Los padres muchas veces, suelen
sancionar negativamente estos cortes de sus hijos porque
son arbitrarios y en ese punto esto no tiene mucho remedio:
está bien, señala la psicóloga.
El padre no tiene que tatuarse como el nene, no tiene
que ser amigo, sino padre; la diferencia generacional existe.
Si bien debe aceptar los cambios de la generación
del adolescente, no tiene por qué pensar que son
fantásticos. Simplemente hay diferencias y con ellas
es preciso convivir.
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